Era martes de Carnaval, 15 de febrero de 1972. Mientras en las calles del país sonaban comparsas, tambores y se lanzaban serpentinas, en los cuarteles de Quito se fraguaba un movimiento que cambiaría la historia del Ecuador. En cuestión de horas, sin disparos ni enfrentamientos, las Fuerzas Armadas derrocaron al presidente José María Velasco Ibarra y colocaron en el poder al general de brigada Guillermo Rodríguez Lara.
La jornada, bautizada por la memoria popular como El Carnavalazo, marcó el fin de una era política y el inicio de otra: la del petróleo. Velasco Ibarra, el eterno caudillo de la política ecuatoriana, había llegado al poder por quinta vez en 1968. Carismático, impredecible y populista, su figura dominaba el escenario nacional desde hacía décadas. Pero su gobierno se hallaba exhausto.
Velasco Ibarra, el dictador y El Carnavalazo
Dos años antes, en 1970, él mismo se había proclamado dictador con apoyo militar. A pesar de ello, su autoridad se debilitaba, y el país se preparaba para unas elecciones presidenciales que, según los analistas de la época, daban como favorito a Assad Bucaram, líder de la Concentración de Fuerzas Populares (CFP). Los militares, recelosos de su estilo populista y del inminente auge petrolero, decidieron actuar antes de que las urnas lo confirmaran.
Aquella madrugada, mientras el país dormía entre festejos, los tanques salieron discretamente. Rodríguez Lara, apodado «Bombita» por sus camaradas, asumió el mando en nombre del llamado Gobierno Nacionalista Revolucionario de las Fuerzas Armadas.
En Guayaquil, Velasco Ibarra alcanzó a aparecer en Telecentro Canal 10 para denunciar el golpe, pero fue rápidamente arrestado y enviado al exilio en Panamá. Desde allí, como en tantas otras ocasiones, partiría luego a Buenos Aires, desterrado pero aún simbólicamente presente.
El petróleo y el candidato que no querían los militares
El golpe, más que un arrebato militar, fue una jugada política cuidadosamente planificada. Ecuador se asomaba a su primer gran boom petrolero: en los campos de la Amazonía empezaba la explotación masiva del crudo, y la riqueza que prometía transformaría al país.
Los militares no querían que esa bonanza cayera en manos del populismo ni de la vieja oligarquía. Un año más tarde, Rodríguez Lara colocaría al país en el mapa energético mundial: Ecuador ingresaba a la OPEP y creaba la CEPE (Corporación Estatal Petrolera Ecuatoriana), la actual Petroecuador.
En 1974 ocurrió el embargo árabe que benefició a Ecuador. Los países árabes productores de petróleo embargaron a Estados Unidos y otras naciones occidentales por su apoyo a Israel durante la guerra de Yom Kipur. El embargo disparó los precios internacionales del crudo, el dinero fluyó hacia las arcas del Estado ecuatoriano como nunca antes.
La obra pública en Ecuador
«Bombita» usó parte de esa riqueza para financiar carreteras, infraestructura y, de paso, instaurar el subsidio a los combustibles. Fue, como dirían después los economistas, la época del espejismo petrolero, donde el país creyó que la riqueza del subsuelo bastaría para modernizarlo.
El Carnavalazo no fue la dictadura más violenta de la historia ecuatoriana, pero sí la más duradera. Duró hasta 1978 y dejó huellas profundas: el inicio del Estado petrolero, el protagonismo de los militares en la política y la certeza de que, en Ecuador, los golpes pueden ser tan festivos como los feriados. Así, entre serpentinas y fusiles, comenzó la verdadera era del petróleo.
